REFUGIO DE PIRATAS Y CORSARIOS

“La primera batalla naval en el continente americano”

 

La Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud está ubicada a unos 60 km. al sur de la isla mayor de Cuba y descubierta por Colón, quién la bautizó “San Juan La Evangelista”, en su segundo viaje en 1494, pertenece al Archipiélago de los Canarreos.

 

La Isla de Pinos, llamada posteriormente así por la vegetación de pinos que la distingue, fue desatendida durante cuatro siglos por la Corona española, seguramente por la inconveniencia que entrañaba su protección y su colonización debido a su tamaño (es la séptima isla en tamaño en la cuenca del Caribe), por la dificultad de defender sus costas y por la zona cenagosa de una buena porción sur de su superficie.

 

Los pocos habitantes que tuvo la Isla durante esos siglos, se ocuparon de comerciar con los piratas y corsarios, cuyo trato les convenía, tanto por razones de supervivencia, como comerciales, pues le resultaba más confiable el intercambio económico con los visitantes ocasionales que con España.

 

Durante tres siglos, Isla de Pinos perteneció básicamente a una familia que no prestaron mayor atención a su explotación económica, con lo que la Isla permaneció prácticamente deshabitada, excepto por los piratas y corsarios que la utilizaban habitualmente de refugio y de acecho de los buques mercantes que navegaban indefensos.

 

La existencia de piratas de origen británico, francés, holandés y español que navegaban  por toda la cuenca caribeña, a veces de manera independiente, otras veces al servicio de las compañías mercantiles creadas para contrarrestar el monopolio del comercio español con sus colonias. Isla de Pinos se convirtió en lugar de paso, descanso y asentamiento de los más famosos piratas y corsarios que reinaban en el Mar Caribe.

 

Otro de los famosos nombres fue la Isla de los Piratas por la visita muy especialmente a La Sigüanea de la flor y nata de estos forajidos del mar, como: Jean François La Roque, John Hawkins, Francis Drake, Van Caerden, John Oxman, Van Vyn Enrique, Pieter Pieterzon Heyn (Pata de Palo), Cornelius Cornelizoon Hol, Francis El Olonés, Thomas Basquerville,  Jean Latrobe, Jean Laffite, Francis Leclerc, Henry Morgan, Bartolomé el Portugués, Pierre Franquesnay, Bartolomé Sharper, William Dampier, Charles Gran, Bartolomé Valadón, Jhon Rackman (Calico Jack)  y Pepe el Mallorquín.

 

La Ensenada de la Sigüanea se encuentra al suroeste de la Isla de la Juventud, a una distancia de 42 km de la ciudad de Nueva Gerona, oculta a la navegación este gran seno marítimo abierto entre Punta Francés y Punta de Buenavista, con 20 km de ancho y 22 km de largo. Desde el fondo de La Sigüanea se observa que la costa suroccidental se prolonga al noroeste hasta terminar en Punta Francés.

 

Su acceso se hace muy difícil en las proximidades de los cauces y desembocadura de varios arroyos y de dos de sus ríos más importantes: el San Pedro y el Sigüanea, por las enmarañadas y tupidas vegetaciones del lugar. También, se caracteriza por sus muchas caletas y lagunas que dan al norte, como son La Laguna del Soldado y La Laguna de la Majagüa.

 

La Sigüanea se convierte en historia con la llegada del Almirante a estas tierras el 13 de junio de 1494. El primer  lugar observado por Colón fue Punta de Buenavista, se adentra en la ensenada pensando que estaba en medio de dos islas, la atravesó por el canal que debía dividirla en dos partes, pero tropezó al final con la ciénaga, la hoy nombrada de Lanier.

 

Ante tal situación, decide carenar sus naves y permitir descansar a la tripulación, aprovechando las condiciones de tranquilidad de sus aguas, abundantes peces, obtención de agua dulce y otros productos para alimentar  a sus hombres. Se supone que el punto utilizado haya sido Playa Roja, muy cerca del hotel El Colony. Durante la celebración del V Centenario de la llegada del Almirante se colocó un monolito que recuerda el hecho.

 

Sus aguas profundas ocultan la posible existencia de buques hundidos, hoy cubiertos de corales, debido a los enfrentamientos entre el deambular de los piratas por más de tres siglos, hasta inicios del siglo XIX, que operaban en esta parte del Caribe.

 

Son muchos los piratas que visitaron la Sigüanea, por un motivo u otro; unos para refugiarse de las persecuciones que eran objetos por las fragatas  española, para protegerse de los ciclones y huracanes, para abastecerse de agua y alimentos que le vendían los habitantes pineros, para calafatear y utilizaron la madera de sus bosques para reparar sus navíos, para descansar de sus largos y esforzados viajes, para repartirse el botín  y muchos navegaban por los ríos Sigüanea y San Pedro cauce arriba, oculto sus márgenes por la poblada vegetación que lo cubría y cubre para enterrar sus tesoros productos de sus actos piratescos.

 

Las arenas de la Sigüanea conocieron desde 1565, al terrible pirata, corsario y traficante de esclavos John Hawkins por ser su lugar preferido  para abastecerse de agua y alimentos, poner a descansar a sus hombres y a la recuperación de las dotaciones de esclavos traídas desde el continente africano.

 

Lo mismo sucedió con Sir Francis Drake, corsario inglés que se ganó desde 1572, el nombre de Terror de los Mares quién la visitó en varias ocasiones. La flota que lo acompañó en su último viaje, después de su muerte el 28 de enero de 1596, frente a Portobello (Panamá), protagonizó una de las más grandes batallas de la historia de la piratería en América.

 

Fue Thomas Baskerville quién tomó el mando después de la caída del almirante; se dio a la tarea de regresar a Inglaterra con los botines capturados, tomando como vía el sur de Cuba para llegarse a la Ensenada de la Sigüanea, en Isla de Pinos en febrero de 1596, para carenar sus naves, abastecerse de agua y alimentos y continuar su viaje hacia Inglaterra.

 

Precisamente, cuando la flota inglesa del Almirante Thomas Baskerville se encontraba reponiendo sus fuerzas en la mencionada ensenada; el general de las galeras españolas, Bernardino Delgadillo y Avellaneda al mando de 21 naves lo sorprende en dicho lugar, pues llevaba tiempo persiguiéndola. El 1 de marzo se origina la primera batalla naval del continente americano.

 

La referencia de este combate, el primero que se efectuaba en América entre la armada inglesa y la española, fue el 1 de marzo de dicho año, lo da el pirata-escritor Thomas Maynarde, participante de aquellos acontecimientos.

 

“Los barcos nuestros divisaron la flota española en la salida de la Sigüanea. Sir Thomas Baskerville dio la siguiente orden: la Garlande sería la nave almirante y ocuparía la vanguardia con la mitad de la fuerza de combate para romper el cerco; la Hope como nave vicealmirante, permanecería a la espera con el resto de la flota y seguir al grupo de avanzada”.

 

El grupo de vanguardia trata de salir y se entabla la pelea encarnizadamente durante tres horas, llegándose a enfrentar hasta en la distancia de un tiro de mosquete. Maynarde dice           que sus compañeros vieron arder la nave vicealmirante y también a seis galeras españolas que llegaron a hundirse.

 

Lo que no hace mención Maynarde, son las bajas de la flota inglesa. A duras penas lograron escapar y regresar desorganizadamente  8 naves muy maltrechas, de aquella potente flota compuesta por 27 naves que zarparon de Inglaterra con Francis Drake y John Hawkins, el 28 de agosto de 1595.

 

Otro nombre que recibió el territorio, fue Isla del Tesoro, por el exuberante y salvaje paisaje, sus aguas cristalinas, las constantes llegadas de piratas a la Isla, hace levantar ilusiones literarias para inspirar al novelista, poeta y ensayista escocés  Robert Louis Balfour Stevenson en 1883.

 

La revista Isla de Pinos en 1930, publica el hallazgo de un tesoro, cuyo valor ascendía a unos 20 millones de dólares en la zona de la Sigüanea, del cual se apoderó el norteamericano, Mr. Calvers, capataz de la mina Lola, próxima al lugar.

 

Los pocos residentes de la zona cuentan la historia que en los años 40 del pasado siglo, se vieron naves con banderas de Estados Unidos extrajeron del fondo de la ensenada parte del patrimonio oculto de algunas de las embarcaciones hundidas durante las diferentes batallas de corsarios contra españoles y entre ellos mismos.

 

Los pobladores de la zona más atrevidos aseguran no poder llegar hasta ese patrimonio oculto en La Sigüanea porque los espíritus del irlandés O”Donnell y de los franceses Jean Latrobe, Jean Laffite y Francis Leclerc impiden sus localizaciones y custodian con celos sus tesoros; algunos en las aguas profundas de la bahía, bajo las raíces de la vegetación en las márgenes de los ríos o enterrados en algún lugar de la costa, donde no pocos murieron luego del enterramiento de los botines. Muchos se espantan por la presencia de multitudes de luces fluorescentes y el quejido lúgubre de quienes quizás fueron ultimados por arcabuces o por los numerosos cocodrilos de la zona.

 

¿Cuántas naves hundidas permanecerán en el fondo de la gran ensenada cubiertas por los corales de más de 400 años?. Dicen los buscadores de tesoros que quizá son varios cientos los pecios existentes en todo litoral pinero, en especial desde la Punta de Los Indios hasta Punta Francés.

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Isla de la Juventud - Cuba
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