Decker fue un periodista famoso que trabajó a las órdenes del incipiente todopoderoso magnate del New York Journal,  William Randolph Hearst a finales e inicio de los siglos XIX y XX.

 

Siguiendo instrucciones de Hearst, fue enviado a Cuba para la liberación de Evangelina Cosio Cisneros de 18 años de edad, hija de un patriota cubano encarcelado en Isla de Pinos. Hearst había visto en esta historia la oportunidad de desplazar en su competencia del sensacionalismo a Pulitzer.

 

Evangelina había sido capturada y trasladada a una prisión en La Habana, tras intentar el rescate de su padre, mediante el secuestro del coronel español Biarritz que estaba al mando de Isla de Pinos.

 

Hearst le dio “carta blanca” a Decker en su actuación como fuera sobre la liberación de la cubana. Soborna a los funcionarios de la prisión donde se encontraba Evangelina, después a los de aduana, logrando sacarla de Cuba disfrazada de hombre en un vapor norteamericano.

 

El hecho ocurrió en 1897, y sirvió para avivar e indignar con historias falseadas alrededor de los hechos al pueblo estadounidense, creando por vez primera una solidaridad y pretexto a favor de la guerra contra España.

 

Hearst se había acostumbrado a fabular y exagerar las noticias que le servían sus corresponsales y ésta era la de mayor importancia por el momento. Esta historia que vendió Decker y Hearst era una apasionante aventura, que atrapó a los lectores del periódico durante meses y que culminó con un titular a toda plana: “Evangelina rescatada por el Journal”.

 

Decker es un periodista famoso en esos años. No solo por organizar –seis meses antes del estallido de la guerra- la liberación de Evangelina, sino también por sus reportajes sobre lo que ocurre en Cuba. Coopera con Paley en distintas filmaciones de escenas relacionadas con la crisis.

 

Karl Decker, se haría famoso veinte años después,  el 25 de junio de 1935 al hacer pública en Saturday Evening Post las declaraciones de su entrevista en exclusiva al cerebro del robo de “La Mona Lisa” que le hizo en 1914 a un argentino Eduardo de Valfierno, que según Decker, solo estaba autorizado a publicar el material tras la muerte del personaje y de quien se dice era un redomado timador y se hacía llamar falsamente marqués.

 

Esta historia causó un revuelo mundial, en ella cuenta que, en 1914, unos meses después de que Peruggia hubiera sido atrapado, Valfierno le confesó a su amigo y periodista Karl Decker, para que su historia se conozca tras su muerte y así tener el reconocimiento que no pudo tener en vida, el de tener la fama que lo encumbraría en el Olimpo de los ladrones, por ser el autor intelectual del robo del siglo, haciendo desaparecer del Museo de Louvre, en París, al cuadro más famoso de todos los tiempos, pero sin haberle puesto jamás la mano encima.

 

Le habló de un plan para robar la obra, viaja a París en 1910 y encarga al pintor francés Yves Chaudron que realice seis reproducciones exactas de La Gioconda y venderlas todas como si fueran la original por el valor equivalente de un millón ochocientos mil dólares. Así como encontrar a una persona de hacer desaparecer la obra sin levantar sospecha.

 

La persona que hizo desaparecer la obra fue el carpintero italiano Vicenzo Peruggia, que muy hábilmente cumplió su cometido. Durante los 28 meses que la Mona Lisa estuvo desaparecida, Peruggia esperó sin éxito que Valfierno se pusiera en contacto con él; quien cansado de esperar, fue atrapado cuando intentó vender el cuadro al dueño de una galería de arte en Florencia, que dio parte a la policía cuando éste le ofreció la obra de Da Vinci.

 

Lo cierto es, que el argentino nunca necesitó el original, solo necesitaba que se diera la noticia de su desaparición y demorara su recuperación para vender sus copias. Con la noticia del robo recorriendo el mundo, Valfierno se comunicó con seis compradores dispuestos a comprar el óleo, que gustosos adquirieron la pintura desaparecida del Louvre.

 

Cuando La Gioconda fue recuperada y volvió a su lugar, ninguno de los estafados se atrevió a reclamarle al argentino un reembolso por la transacción, y éste vivió a la sombra de Peruggia.

 

Valfierno murió en Los Ángeles en 1931. El ego de este argentino, que vio como un carpintero italiano se llenó de gloria en su tierra natal por tratar de recuperar la obra de Da Vinci, lo llevó a realizar una confesión post mortem de su “obra maestra”, y así recibir el crédito que su estafa merecía.

 

Al día de hoy, los que visitan la obra allí expuesta, creen en realidad, ser una de las copias realizadas por Chaudron.

 

La historia de Valfierno fue reflejada por Martín Caparrós a una novela El enigma de Valfierno en 2004, último premio Planeta en Argentina (Buenos Aires, 1957).

 

Se cree que Decker, quien había sido un periodista de fama en otra época, pero que su estrella se había extinguido, para tratar de darle algo de aire a su carrera agotada, falsificó la historia del falsificador. En esta etapa se dedicó a escribir excelentes relatos policiales. Su pecado fue hacer pasar esa ficción como realidad. Lo hizo seis años después Orson Welles  en la Guerra de los mundos; Borges lograría un revuelo más modesto en El acercamiento a Almotásim.

 

El procedimiento de los tres es idéntico, pero su destino, muy diferente: para unos, el reconocimiento de una novedad narrativa, y para otro, la ignominia y el olvido.

 

Decker, cumpliendo el destino de todo precursor, moriría poco tiempo después de su crónica, olvidado.

Abrir chat
Escanea el código
Isla de la Juventud - Cuba
Hola soy Coty, tu asistente virtual y el ave nacional de esta Isla del Caribe. Te acompañaré para obtener información y poder ayudarte a descubrirla.